Colza entre verdades y mentiras infinitas.

«Yo intenté tranquilizarle, pero un poquitito antes de llegar, a unos cientos de metros del hospital de La Paz, noté que hacía un pequeño movimiento y fallecía. “Ahora ya no podemos hacer nada”, le dije al conductor».

25/10/2017

Susana Gomes

La primera verdad

En la primavera de 1981 en el municipio Torrejón de Ardoz, en la provincia de Madrid, España, se produjo la primera muerte perteneciente a la familia Vaquero por una enfermedad «rara» que no se conocía en el momento y que luego se le dio diversos nombres: «neumonía atípica», «enfermedad del legionario», «ornitosis» entre otras. La población desconocía por completo lo que estaba ocurriendo, mientras que los medios de comunicación social y los gobernantes de turno trataron de buscar una hipótesis creíble que respondiera a la urgencia sanitaria mas grave que España ha vivido en su historia.

«La causa del fallecimiento del niño de Torrejón de Ardoz se ha debido a una neumonía». «El foco está controlado». Estas fueron algunas de las primeras y confusas informaciones aparecidas en ABC el 7 de mayo de 1981. Se trataba del primer caso oficial que cobró la vida de Jaime García Vaquero, un niño de ocho años que fue víctima de la epidemia extraña. Todo ocurrió en la tarde del 1 de mayo de 1981 cuando el niño Jaime, quien presentó fiebre mayores a 38 grados y manchas en la piel días antes; sufrió una insuficiencia respiratoria aguda y fue llevado de urgencia al Hospital Del Rey donde llegó sin signos vitales. Pasadas las 24 horas de este primer caso, otras siete personas ingresaban con síntomas parecidos, entre ellas tres hermanos de Jaime. Y tres días después, sus padres.

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Los casos siguieron en aumento y la población comenzó a desesperarse sin saber de qué se trataba, de dónde provenía la fulana «enfermedad rara» que se propagaba rápidamente de familia en familia como una «plaga maldita». La primera respuesta que dieron los medios y las autoridades sanitarias fue de un posible envenenamiento por el consumo del aceite de colza adulterado vendido de manera ambulante sin permiso sanitario. Esta hipótesis fue avalada por el Dr. Juan Manuel Tabuenca, quien descubrió el punto de inflexión entre los afectados: «el aceite, unos ponían aceite y otros no», comenta el pediatra. La mayoría de afectados pertenecían a una clase trabajadora, humilde, con pocos recursos que compraba un aceite en mercadillos ambulantes porque el precio era más bajo».

La posibilidad del envenenamiento de la población madridista y más tarde de toda España a causa del aceite de colza cobraba fuerza en medio de rumores. El 17 de junio de ese mismo año, el Ministerio de Sanidad informó que el aceite de colza eran el causante de la epidemia que estaba matando a la población y por consecuencia se dejó de mencionar la famosa «neumonía atípica». Sin embargo, la información no convenció del todo ya que en otras investigaciones de los casos que ingresaban en los hospitales se observaba por ejemplo, que todos los miembros de una familia que consumieron el aceite no eran afectados en su totalidad. Así mismo, la garrafas de aceite supuestamente adulteradas fueron compradas por grupos de familias de una misma zona, unos eran afectados, otros no. Esta realidad hizo que la creencia sobre el consumo del aceite de colza fuese estudiado en profundidad. Algo se estaba tratando de ocultar en los medios de comunicación y en las entidades publicas y sanitarias.

La verdad oculta.

El 15 de mayo de 1981 el Doctor Antonio Muro fue despedido de sus funciones en la dirección del Hospital Del Rey, a raíz de sus descubrimientos y las investigaciones que arrojó la verdadera causa del síndrome tóxico por el supuesto aceite de colza. Las autoridades sanitarias no les interesaba que se conociera la verdad que el Dr. Muro había encontrado en los casos registrados. Dicha verdad oculta era causada por un producto fitosanitario, un organotiofosforado introducido deliberadamente en una partida de tomates o pimientos. El Dr. Muro realizó sus investigaciones de manera particular buscando todas las pruebas y analizando el consumo de los tomates desde el momento de la producción y distribución en los diferentes mercados.

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Los organofosforados se encontraron en los pesticidas de la empresa multinacional Bayer con una combinación de los productos Nemacur 10 y Oftanol 50, ambos de alta peligrosidad que estaba prohibido en muchos países por ser el causante de muertes humanas. La explicación de consumir los tomates contaminados era como especie de lotería, algunos tomates podían estar contaminados y otros no. El consumidor compraba el producto entre tomates sanos y tomates contaminados rociados con pesticidas provenientes de Almería. Esta teoría fue rechaza por varios médicos que defendían la intoxicación causada por el aceite de colza, entre ellos estaba el epidemiólogo británico Richard Doll, que acudió al juicio para sostener —en base a un informe elaborado por él mismo enviado al tribunal— que el aceite de colza adulterado fue el causante del síndrome tóxico.

El Dr. Muro también dejó escrito los siguiente dando prueba de su verdad: «El nematicida fitosistémico Nemacur-10, prohibido en varios países por su alta peligrosidad, e introducido en España por primera vez pocos meses antes de la epidemia del síndrome tóxico, es un organotiofosforado del grupo fenamiphos (4-[metiltio]-m-toliletil-isopropilamidofosfato) que, de no respetarse sus muy dilatados intervalos de seguridad (mínimo de tres meses), se convierte dentro del fruto en un fitometabolito derivado extraordinariamente agresivo —su toxicidad se potencia unas 700 (setecientas) veces— y cuya composición exacta parece ser alto secreto militar.

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Otro que apoyó la misma tesis fue el investigador Andreas Faber Kaiser, nacido en Barcelona y licenciado en Filosofía y letras quien se ocupó de realizar un estudio sobre las verdades de este terrible envenenamiento masivo publicando un libro titulado «Pacto de Silencio» en marzo de 1988, donde abordaba una versión alternativa a la oficial y similar a la del Dr. Muro. Entre otras cosas, desvelaba que en realidad habían resultado afectadas 60.000 personas, con 650 muertes. «Cabe señalar que Nemacur y Oftanol son productos de la multinacional Bayer. Es importante por lo tanto que al enjuiciar lo sucedido en España con el síndrome tóxico, se tenga presente que la industria química privada multinacional ofrece la única posibilidad de ensayo impune en el supuesto de un acuerdo internacional de suspensión de la experimentación y almacenamiento de armamento químico» señala Faber Kaiser en su obra.

Los testimonios

La situación que vivió España en aquella primavera de 1981 fue algo realmente duro e indignante por el hecho de no encontrar una respuesta acertada y a tiempo por parte de las autoridades sanitarias y gubernamentales. Así mismo, por no conseguir culpables directos que pagaran tantas vidas que cobró la intoxicación masiva, donde la población se sintió burlada y en muchos casos sin tener ningún tipo de indemnización. Lo más increíble en medio de toda la calamidad fue el ocultar la verdadera causa del mayor desastre a nivel sanitario que hoy por hoy continúan padeciendo con las secuelas muchas familias españolas.

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Primera Familia y víctima afectada por el «síndrome del aceite tóxico». Torrejón de Ardoz. España.

Los testimonios nos llevan a conocer el verdadero drama que vivieron miles de familias entre ellas Carmen: la madre de Jaime. «Jaime estuvo malo toda la tarde y, a partir de las diez, se puso peor. A las dos de la madrugada, cuando vimos que era grave, le llevamos al ambulatorio. Allí me dijeron que no tenía nada y le recetaron un jarabe para la tripa. Yo insistí en que mi hijo nunca se había puesto malo y pregunté si no era mejor llevarle al hospital. Me aseguraron que no. Volvimos a casa y estuvo toda la noche con fiebre, vomitando y con dolor de tripa. El jarabe no le había hecho ningún efecto. Así que a las ocho tuvo que venir una ambulancia. Mi hijo se sentó encima de mí para hacer el trayecto, y no le pudieron poner oxígeno porque en la ambulancia solo iba el conductor. En un momento se sobresaltó como asustado. Yo intenté tranquilizarle, pero un poquitito antes de llegar, a unos cientos de metros del hospital de La Paz, noté que hacía un pequeño movimiento y fallecía. “Ahora ya no podemos hacer nada”, le dije al conductor».

Otro testimonio anónimo relató: «Era 1981, tenía 20 años y estaba terminando la carrera de magisterio. Tenía tos, dificultad para respirar y dolor muscular. Tras varios días en la cama, me ingresaron en el hospital sin saber muy bien lo que tenía. En dos meses, mis compañeros no me reconocían”.  

La Organización Mundial de la Salud lo bautizó como «el síndrome del aceite tóxico». La población española lo bautiza como una maldición, plaga, burla, tragedia, mentira, engaño, etc, etc. Cada afectado que aún lleva los síntomas del envenenamiento le otorga su propia calificación frente a los sistemas políticos y económicos, dedicados a la industria de los productos químicos farmacéuticos, que hasta la fecha solo jugaron por sus propios intereses en un terreno donde la crucífera de raíz pivotante y profunda de la colza fue la culpable de toda la irresponsabilidad humana. Los hechos aún siguen vivos en las voces de sus testimonios que desean que se conozca en las nuevas generaciones el origen de sus desgracias. Porque la vida esta marcada por hechos y los hechos son parte de nuestra historia. 

Facts.

Life in Facts.